La pérdida de una relación de apego íntima a causa de la muerte supone un profundo desafío a la adaptación como seres humanos. En parte, como expresión de la herencia evolutiva compartida con otros animales sociales, se responde a esta separación con un conjunto de reacciones entremezcladas, que incluyen: llorar, desorientación conductual y anhelo por la figura de apego perdida. Además, normalmente estas respuestas específicas del duelo van acompañadas de síntomas fisiológicos predecibles, como la falta de respiración, taquicardia, sequedad de boca, sudoración, polaquiuria, trastornos digestivos y sensación de asfixia, unidas a otros síntomas como la inquietud, la tensión muscular...